Dice Jean Biès que la creación es un éxtasis solidificado. Un éxtasis que irradia a través de una miríada de signos, de símbolos: un cielo sereno, la brisa que corre, la hierba que baila, el agua que rodea la piedra inmutable. Reflejos del Si-Mismo, la Causa última que permiten saborear la Belleza, la Verdad que hay tras el velo que nos vela y nos revela al mismo tiempo al Ser que se difumina pletórico a través de toda la creación.
¿Cómo recuperar la mirada que permite la lectura de este libro cósmico que a diario se abre, a la par que nuestros ojos, cuando abandonamos el sueño? ¿Cómo captar la esencia que se oculta tras el fenómeno, atisbar su misterio, percibir su realidad sutil?
La Geosofía era una ciencia tradicional, cuyos principios hoy en día se recuperan en parte con el nombre de Ecosofía, que contemplaba la Naturaleza en su triple dimensión, física, sutil y espiritual que fue olvidada por ese hombre moderno que dejó de mirar al Cielo y lo desreligó de la Tierra, para investigarla, a partir de entonces, con una ciencia reduccionista y profana, alejada de ese aspecto de sacrificio, de “hacer sagrado”, que tiene el camino del verdadero conocimiento, en el que para comprender hay que ser lo que se observa, transfigurarse; para que la mirada desde el vaciamiento y la pureza pueda penetrar el velo y el alma se asombre ante el Misterio desvelado.
Como dice Agustín López Tobajas en el “Manifiesto Geosófico”: “Esa percepción, posible sólo desde el silencio contemplativo, es transfiguración, afloramiento real de una nueva dimensión de sobre-realidad. Y esa transfiguración es, en sí, un acto de amor.”
El espíritu de esa ciencia es el que el Cielo descubrió a los hombres para que aprendiesen a amar la Naturaleza como un amante henchido de amor al descubrir y comprender la profunda generosidad y belleza de esta amada tierra que nos pare generación a generación. Y como dice de nuevo Agustín “comprender es remitir cada fenómeno a su arquetipo celestial, percibir la dimensión universal que se transparenta en cada evento singular.” Sólo desde esa comprensión y unión amorosa dejaremos de maltratarla, pues la destrucción, el caos, van asociados a la ignorancia.
Apliquémonos pues, a la tarea, y persigamos el fin de la verdadera Ecosofía: “alcanzar la comunión espiritual con el Cosmos, recuperar el sentido de lo sagrado, aprehender la dimensión de eternidad que devuelva al ser humano ya la Naturaleza su pureza paradisíaca.” Como dice de nuevo Agustín.