La noche se cernía ocultando la ciudad con galas de lluvia fina, lo que acentuaba ese extraño gris que apesadumbra a los que amamos la ligereza de la naturaleza, cuando es ella la que envuelve. Un gris que gusta de vestirse con el negro en casi todos los habitantes de las urbes.
Como un sueño, las luces rojas de los autos dibujaban estelas en los charcos del asfalto y mi mirada se entretenía mirando sus efímeras creaciones, cuando un blanco restalló sobre mi pupila. Un ser de otro mundo estaba parado en el semáforo al que me dirigía, un sombrero blanco tejido con puntadas de amor fino coronaba su cabeza, de la que manaba como una cascada una melena negra como la noche profunda de la Sierra de la que provenía. Era Calixto Suarez, al que entrevisté hace dos años y con el que había vuelto a quedar en Ecocentro para realizar un conservatorio, palabra hermosa como pocas, que implica un diálogo entre iguales que quieren conocer sus respectivas cosmovisiones.
Recordé el simbolismo de su blanco sombrero cónico, el Tutosoma, la nieve perpetua de una sierra nevada, la Sierra de Santa Marta en Colombia, y su largo cabello, la montaña. Y la impresión se me grabó más allá de la pupila.
Con su túnica blanca, listada con algunas líneas negras, que simbolizan las normas y los elementos de la naturaleza, Cálixto, una autoridad tradicional indígena de la etnia de los arhuacos desafiaba a la noche, desafiaba el gris urbano, desafiaba la moda de Zara y sus secuaces y lucía como un torrente de montaña que irrumpiera en un valle sombrío, las puntadas hechas con amor de las mujeres de su pueblo, a las que cuando nacen se las regala un huso, con el que no solo coserán las bolsas, las túnicas, los gorros blancos de sus amores sino que con cada puntada dada, mientras caminan, impedirán que ningún pensamiento invada el espacio sacrosanto de su corazón.
Con sus sandalias desafiaba el frío de la noche, pero quizá la palabra desafiar no hace honor a su corazón, pues Calixto no desafía nada, Calixto fue educado por una cultura que vierte sus principios en el corazón de los niños, como en el de los adultos, la responsabilidad de un pueblo, que nació antes que naciera la humanidad, para cuidarla con el silencioso ejemplo de su caminar sobre la tierra. Un caminar consciente por un territorio sagrado que se lleva en el núcleo mismo del corazón con el que se comprometen a guardar su equilibrio.
¿Qué hacía allí ese hombre? Lejos del corazón de su mundo, en una ciudad como Madrid. Calixto es representante de los pueblos indígenas del mundo, además de vocero de los Mamos de su etnia arhuaca y sale de su tierra sagrada para establecer el diálogo con los pueblos que han olvidado como bendecir la tierra, como agradecer a la madre todos sus dones. Él no cree que la tierra esté enferma aunque sabe de paneles intergubernamentales y habla en foros de todos los tipos, por el mundo entero, sobre el cambio climático, su pueblo cree que la tierra está quizá algo cansada y se estira y eso sacude los ecosistemas y devuelve en la catástrofe el alma a la luz de la que proviene, algo que en su pueblo se celebra.
Su sabiduría es tan primigenia, tan existencial que no hace falta que hable apenas el castellano, cada vez lo hace más fluido, aunque su lengua es el ik, para que se le rinda un círculo de científicos antes sus lapidarias sentencias, que luego reproducen como lemas en camisetas por la rotunda sencillez de lo que en nuestra cultura se ha olvidado. Pero no hay recriminación a nosotros, los hermanos menores, categorías antropológicas con las que se ha intentado etiquetar su evidente superioridad moral, pues son tan impecables con la tierra que aman y custodian que no solo no dejan residuos sino que ni siquiera dejan huella a nivel energético, pues cualquier pensamiento en desarmonía es al instante detectado -su pedagogía espiritual es estar al tanto de todo pensamiento y sentir, de la mañana a la noche- siendo neutralizado con una práctica espiritual que abarca con absoluta ecuanimidad la dualidad de la existencia, a la que agradecen siempre sus manifestaciones, ya sean las del yang, ya las del yin, las del lado norte y sombrío de la montaña, las del lado luminoso y cálido-, y en vez de recriminarlo, se le ofrece “alimento”, que son todos los dones que nacen de la dimensión espiritual de ser un ser humano.
Así la parte más luminosa, que ellos ubican en la parte derecha del cuerpo, da de comer a la parte más oscura de nuestra alma, a la parte hambrienta de luz, que ellos colocan en la parte izquierda. Cuando, por ejemplo, sale el enfado en una circunstancia adversa (en su caso profundamente dramática, como es el convivir con paramilitares y guerrilleros que matan con la misma facilidad que lavarse las manos), en ese momento se detecta y se sustituye por una respuesta de gratitud. La gratitud de que ese “enemigo” visible, el guerrillero, e invisible, la ira, nos da la oportunidad espiritual de afianzar el amor en el corazón y abrazar cualquier fenómeno con la santa indiferencia de quien vive en una no dualidad, que sabe su hogar. La ira tiene hambre de paz. Los guerreros tienen hambre de paz.
Así, Calixto viaja por la sierra amada, sorteando con el destino si le toca encontrarse con una bala en su camino, agradeciendo más veces al que más sombra trae, produciendo la misma alquimia que Cristo y el Budhha enseñaron en sus respectivas geografías. Amor saca amor en un caminar sobre la tierra que ha extendido a otros territorios lejanos, viajando por el mundo entero como la voz autorizada y humilde de un hombre que demostró que el amor de valorarse a uno mismo, más allá incluso de las propias normas que le educaron para ser un líder espiritual sólo de su pueblo, es capaz de trascender todas las fronteras, todos los límites idiomáticos y liderar desde la sencillez portentosa de su cumbre nevada por la sabiduría de la tierra, la danza alegre de la vida en los corazones que le escuchan y le contemplan.
Calixto decidió un día que esos aviones que sobrevolaban su territorio, esos coches que devoraban poco a poco la selva, y despertaban su indagación de quiénes eran esos que así se conducían, no podían ser tan sólo pensamientos que había que desechar, como le recomendaban sus mayores, sino la oportunidad de ir a conocer a esos otros que vivían más allá de sus fronteras y que cada vez estaban más violentos y lejos de su corazón, pues no sabían agradecerle el hecho milagroso de estar vivos y quiso dialogar con ellos, con las empresas que contaminan, los políticos que corrompen, los ciudadanos de un mundo globalizado.
Y con la disciplina férrea de toda una vida levantándose desde la infancia a la 1:30 de la madrugada y lavarse en agua helada para realizar los ritos de purificación y bendición a la tierra les habla de valorarse a sí mismos, de darse gratitud, para no dejar la casa del corazón vacía de amor propio y que los espíritus hambrientos, viéndola vacía, hagan morada en nuestro núcleo dirigiendo nuestras vidas desde su falta de visión, pues el hambre nubla.
Saludé a Cálixto en el semáforo y fuimos juntos por las calles de Madrid hasta Ecocentro, en Barcelona acababa de llenar salas con 300 personas, aquí eramos apenas unas 15 personas las que celebramos sus palabras, nos cuesta salir del sillón, él trae la fuerza inagotable de su cosmovisión, la vida es para disfrutarla, es motivo de alegría, y eso le hace descender desde la alta Sierra de santa Marta, coger primero un burro, luego un coche, luego un avión, ayudar a limpiar los corazones y sin fatiga entregarse a un conversatorio que une los corazones, tendiendo ese profetizado puente de virikuta, ese arcoíris de colores olvidados que los pueblos indígenas de América traerían algún día a sus hermanos.
Beatriz Calvo Villoria
N.A: Para seguir su ruta y ayudar a su comunidad a recuperar su territorio sagrado y seguir realizando su trabajo de armonización de la red energética de la tierra visita su web: http://www.calixtosuarez.com/
Calixto Suarez. Defendiendo con la Vida el Corazón del Mundo