Las páginas del libro se iban haciendo cada vez más transparentes, y por su transparencia se colaban las imágenes que el autor audazmente con su prosa poética y llena de símbolos despertaba en mi interior, mi mente viajaba por una red de nuevos significados, que conexionaban con otros más antiguos y ampliaban mi capacidad de comprensión. La tarde se había vuelto deliciosa. El libro, en medio de aquel paraje, me transportaba al tiempo presente de la concentración, pero el domingo, con su tempo lento, llegaba a su fin, recogí la esterilla, el libro amado, que me había abierto por dentro y me preparé mentalmente para el lunes tecnológico que se avecinaba.
El ordenador me esperaba con cientos de correos, y una hidra informática de mil cabezas, llamada Internet, me sugería búsquedas infinitas para profundizar un milímetro en el tema del día, pues cada vez era más conciente, de que mi mente, cada vez que se conectaba a la Red, entraba en una extraña fatiga intelectual y no atendía de forma concentrada más que un primer párrafo.
Pero no era la única que estaba aquejada de esta extraña fatiga. Nicholas G. Carr, experto en Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), y asesor de la Enciclopedia británica y autor de un polémico artículo ¿Está Google volviéndonos tontos? asegura que ya no piensa como antes. Antes se sumergía en un libro y era capaz de leer hora tras hora, pero ahora dice aguantar sólo unos párrafos. Se desconcentra, se inquieta y busca otra cosa que hacer.
Cada vez hay más estudios que muestran que la gente que lee textos repletos de enlaces entiende menos que quienes leen texto lineal tradicional. La red, con sus constantes interrupciones y distracciones, nos está convirtiendo en pensadores superficiales y aislados. La velocidad necesaria para poder tragar la cantidad de información disponible en la red nos impide la profundidad que la reflexión necesita. La web dispersa nuestra atención, el libro la concentra.
Según Patricia Greenfield, una psicóloga evolutiva, “nuestro creciente uso de medios basados en pantallas, ha fortalecido la inteligencia visual-espacial, pero este proceso se ha visto acompañado de nuevas debilidades en nuestros procesos cognitivos de mayor importancia, incluyendo vocabulario abstracto, atención, reflexión, resolución inductiva de problemas, pensamiento crítico e imaginación”. Nos estamos haciendo más superficiales.
Superficiales y ciborgs. Pues otros estudios indican que el ordenador acaba siendo integrado como parte de la imagen corporal y el cerebro delega las funciones de memoria, creatividad, imaginación, y otras esenciales para el proceso creativo de ver e imaginar el mundo, al ordenador, que se acaba percibiendo como un miembro más. Para algunos es la llegada de la tan ansiada fusión hombre-máquina, pero la ciencia nos advierte que la estructura celular del cerebro humano se adapta fácilmente a las herramientas que usamos. Cada nueva tecnología fortalece ciertas vías neuronales y debilita otras. Esas alteraciones celulares continúan moldeando la forma en que pensamos incluso cuando no estamos usando la tecnología.
Así que la Red, como todos los medios de comunicación, no es inocua. Suministra el material del pensamiento, pero también modelan el proceso de pensar. Un pensar, rápido, inconexo, irreflexivo, incapaz de contemplar, incapaz de construir la sociedad de hombres despiertos que necesitamos. A cambio, las pantallas y sus reclamos, edifican una sociedad de hombres con la mirada tan reducida como la pantalla que les delimita, la encierra en un cuadrado, cada vez más pequeño, para mirar a alta velocidad un universo en miniatura, virtual, cibernético.
Dejando la mirada ciega al esplendor de la Verdad, reflejado en la belleza del momento presente, que no tiene marco que lo delimite, pues es infinito, omnisciente y omniabarcante.
Beatriz Calvo Villoria
Ameno artículo, Beatriz! Mi postura es aún más radical y se proyecta contra la metodología actual de las instituciones educativas y la forma veloz de estudio a través de libros. Con anterioridad escribí:
He llegado a pensar que leer rápido, leer muchos libros en poco tiempo y acumular con rapidez información, lo que hoy se estima como habilidoso y loable, es en realidad nefasto. El pensamiento profundo exige lentitud y “lo que mucho abarca poco aprieta”. Cuando el pensamiento se expande, se difumina. Mejor es contraerlo, concentrarlo, para atravesar con él, como con una espada, la dura roca del objeto a conocer. A más reducido sea su espacio, más fuerza tendrá y por ende alcanzará mayor profundidad.
Se debe leer lento, con largas pausas y meditaciones. Incluso la vista no debe ir rápido por las hojas, ni las reflexiones ganar en velocidad. Mientras mayor sea la lentitud, mientras mayor sea el reposo de la mente al pensar, mayores serán sus logros a nivel espiritual. Por eso el erudito y el sabio son incompatibles. Entender rápido lo leído rápidamente, al punto de manejarlo tan bien como para obtener una calificación alta, tampoco es meritorio, pues el entendimiento conceptual no es equivalente a la comprensión integral y a la asimilación en el propio ser. Distinto es entender conceptualmente, que interiorizar. Y esto último, solo es posible con lentitud y reposo.
No te acostumbres a hacer que tu mente vaya rápido, a que su funcionamiento sea veloz, pues esto puede ser el principio del extravío. Mientras más logres, al contrario, calmar tu mente y conseguir un pensamiento firme, profundo y lento, sosegado, mayor será la victoria. Por eso los centros educativos del día de hoy, en su mayoría, son perniciosos para el desarrollo espiritual de los alumnos.
Y el misterio, finalmente, no se saborea más que en la calma.
¡Por eso pienso que la educación actual es tan superficial!
La culminación del pensamiento lento y profundo, hasta desembocar en la inmovilidad de la mente, es el no-pensamiento: la comprensión sin el devenir mental, la comprensión inmóvil, atemporal. Y es aquí donde se da la omnisciencia.
Me expreso desde la metafísica, que se adentra en un nivel en el cual las ciencias naturales son incapaces de adentrarse. Platón y Aristóteles señalan que existen dos modalidades de entendimiento, dos estratos principales de la inteligencia, una inferior y otra superior, una humana y otra divina, y que la primera, la terrena, está supeditada a la segunda, la celeste. Entre ambas, de acuerdo a mi apreciación, no existe solución de continuidad.
El entendimiento que se ejerce en las instituciones educativas es el primero, el mortal, que Platón designa como “dianoia” y que hace referencia al razonamiento discursivo, al pensamiento que discurre, que deviene, que está sujeto a cambio, a mutación, al tiempo, y que por ende nace, se desarrolla y perece. Sobre este, y sin solución de continuidad, se sitúa la otra modalidad de entendimiento, la región superior de la inteligencia, que es inmóvil, no está sujeta al devenir, no muta, es intemporal, no nacida y por ende inmortal, y que Platón designa como “nous”. Esta última inteligencia es la que permite el entendimiento de lo divino, el conocimiento total, absoluto, la omnisciencia. Se trata de un entendimiento unitario, que conoce todo de golpe, en una mirada; no fragmentario como el otro, que conoce por partes.
En la metafísica oriental es igual, por eso dice Lao Tsé lo siguiente:
“El que practica el estudio,
incrementa cada día su conocimiento.
Quien practica el Tao,
lo ve disminuir día a día.
Disminuye y disminuye,
hasta llegar a la no-acción.
Y como no hace nada, nada se queda sin hacer.
La realización solo puede alcanzarse
cuando se está libre de toda actividad.
Las personas atareadas
se apartan de su propio centro.
(Tao Te King)
¡Desde la mente debes alcanzar la no-mente! Pero la no-mente se alcanza deteniendo el pensamiento hasta su cesación. A más lento el pensamiento, más profundo; a más veloz, más superficial; y cuando el pensamiento se detiene, cuando es inmóvil, su profundidad es absoluta, cabal, y se da la omnisciencia, o lo que los orientales llaman la iluminación.
Y Kanchi Sosan dice:
“Si la mente no hace discriminaciones,
las diez mil cosas
son como son: de la misma esencia.”
(Hsin Hsin Ming)
Pero, ¿qué mente no discrimina, si todo razonamiento implica discernimiento, es decir, discriminación de conceptos? Precisamente la mente que no discurre, que no deviene, que es inmóvil, que trasciende la dualidad y tiene por sede a lo eterno. ¡Diríase la mente del Budha!
Aunque la metafísica occidental y la oriental puedan parecer discordantes, se trata solo de una apariencia. Ambas expresan una misma verdad desde ópticas distintas, dándole matices distintos y con alcances distintos; las formas varían, pero el contenido permanece y es universal.
Querida Sofía: hermoso y certero discernimiento, profundo y elevado, gracias por aportar tan significativos comentarios que enriquecen con creces estos artículos.
Es una alegría para mí, Beatriz!
Acabo de publicar mi comentario en mi blog con la misma imagen de la entrada del tuyo:
https://www.revolucionespiritual.com/2018/10/08/por-que-la-educacion-actual-es-tan-superficial/
Sabes cuál es la procedencia de esa imagen?